50 metros

A 50 metros de la nada. Ayer me llegó una foto aérea y aún me sigue impactando como el primer día. 19 de septiembre, un domingo impregnado en la retina de todos los palmeros. Una erupción que solo vomitaba dolor. Familia, amigos y vecinos, muchos lo perdieron todo.

85 días duró la mierda esa. Un odio e impotencia que nunca había sentido antes. La peor pesadilla. Un duelo en vida sobre algo más que un terreno y una casa. La esperanza de que tus recuerdos no los absorba la lava. Un volcán de más de un kilómetro de respeto y dudosa admiración. Unos barrios arrasados por su velo negro. Ahora solo queda malpaís.

Cierro los ojos y recorro cada una de las curvas desde mi portal hacia una playa que ya no existe, a Los Llanos o para pasar la cumbre. Tres rutas cotidianas interrumpidas por la cruel realidad. Ahora es cuando recuerdas esos vídeos que debiste hacer, esas imágenes perdidas en móviles y portátiles rotos. Vuelvo a pestañear lentamente y respiro esa pachorra en la carretera propia de los palmeros. Para qué correr si en menos de diez minutos estás en la ciudad. Quizás por esa calmita, te daba tiempo a observar. Echo de menos hasta su último ceda el paso, a esa mujer que iba a caminar a las once con su perro medio cojo, a ese trabajador echándose el barraquito en su descanso, o algún vecino en la marquesina de Todoque con cara de que llega tarde y lo recogías para que se ahorrase la guagua. La vida.

Uno que se acostumbra a todo no debe dejar que el ritmo frenético de nuestra rutina nos insensibilice. Sentarse, abrir el libro de la memoria y soñar con el pasado no solo es necesario sino un signo de respeto. A nuestra historia, a nuestra gente y a nuestro barrio sepultado en minerales.

Lunes 13 de diciembre de 2021. El monstruo dejó de rugir. Han pasado más de dos años (859 días exactamente) y mucha gente sigue sin hogar o malvive. Los medios se centran en «lo que toca» y al ciudadano ajeno le parece que eso fue hace una eternidad. Pero aún queda una fisura en cada uno de nosotros que nunca sellará. Una cicatriz a medio curar cuyo protagonista te lo encuentras cada mañana al abrir la ventana. Eso si tienes una.

A 50 metros se quedó mi hogar de mascar la tragedia. Un privilegio del azar que no termina de reconfortar. Alivia pero duele. Todo ha cambiado. A todos nos ha cambiado. Veníamos de una pandemia, luego un incendio y a los meses ésto. En una población interconectada, hasta el que vivía en la otra punta de la isla sufrió por el maldito volcán.

La estromboliana salud mental se habla pero no se previene. Aún queda toda una pelea interna que resolver. De las cenizas del Tajogaite no salió un Fénix, sino un gallo. Nuestro símbolo de reconstrucción, solidaridad, lucha y unión.

Escaparemos. Recuerden que siempre “Hay tiempo de comer, hay tiempo de comer sin problema”.

Ayoze Paz

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